Un buen día se encontraban el Espíritu y el ego en su batalla ilusoria por la mente del Hijo.
          El Espíritu, siempre sereno, miraba de lejos al ego; mientras este último trazaba el siguiente plan para asegurar su victoria. El ego estaba molesto porque el Espíritu había ganado territorio gracias al despertar de varios fragmentos de la mente del Hijo, que seguían caminos como el que propone Un Curso de Milagros.

          -Necesito generar más miedo. Que tengan miedo de sí mismos, miedo entre cada fragmento, se decía el ego entre dientes.

          Y así, formuló el plan perfecto para que cada cuerpo que la mente del Hijo había creado, tuviera miedo uno del otro.

          ¡Un virus!

          Esparcir esta nueva pesadilla en la mente del Hijo aseguraría más separación.
Las calles se vaciarían pues cada cuerpo vería con desprecio y miedo a los otros cuerpos; todos tendrían que guardar distancia, las familias se dividirían y los amigos dejarían de verse. No habría más escuelas ni más trabajos.

          Los afortunados fragmentos podrían quedarse en casa solo con unos cuantos acompañantes y vivirían de lo que la ilusión de la prosperidad les había dado. Los desdichados tendrían que salir a generar dinero y pondrían en riesgo a sus familias y a su propia vida debido a la ilusión de la carencia. Y los que se habían dejado caer en desgracia enfermarían y vivirían aterrados, puesto que ahora había algo atentando contra su perecedera ilusión de ser un cuerpo.

          -¡Miedo! ¡Miedo por todas partes! Se decía el ego, eufórico.

          El ego ahora sentía que tenía la batalla ganada y se alzaba lentamente con su bandera de victoria. Mientras tanto, el Espíritu, que conocía el destino de la mente del Hijo, observaba tranquilo, pues sabía que esta nueva estrategia del ego solo podría servir en favor del cambio, solo podía unir a las mentes divididas y así, guiar la mente del Hijo hacia un mejor futuro.

          Como el coyote y el correcaminos, cada plan de separación diseñado por el ego está destinado a fallar en favor del Espíritu, pues el ego no sabe más que fabricar cosas perecederas, como esa pandemia.

          Ese plan desquiciado del ego, ese virus, acaba siendo un medio más de aprendizaje para la humanidad, puesto que al final, cuando desaparezca del sueño, las familias volverán a encontrarse y valorarán más cada segundo de risas y amor; los amigos volverán a chocar sus copas, brindando por haber superado la batalla. La empatía y la tolerancia tomarán fuerza en cada persona y ya no habrá más miedo y ni separación. Los niños volverán a jugar y sus gritos de alegría inundarán las escuelas, y así, todos retornarán a sus actividades llenos de dicha.

          Y quién sabe, habrá quien encontrará la fuerza para pedir perdón y quien reconocerá la inocencia del otro para aceptar la disculpa. Y habrá más y más unión entre los fragmentos de la mente del Hijo.

          Paz y mucha más paz por todas partes al fin.

          Ten la certeza absoluta de que así será.

          ¿Y tú? ¿Cómo quieres vivir? ¿Aterrado y al servicio de los planes del ego o sereno como el Espíritu?

          Tú decide.

El ego, el Espíritu y un virus. Escrito por Pablo Mata, 2020

Corrección de estilo, Helena del Carmen Ortiz Hernández, 2020.

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